A Josep Pla, escritor catalán, considerado por muchos como uno de los grandes prosistas españoles del siglo XX, se le atribuye una frase muy peculiar: la cocina de un país es su paisaje metido en la cazuela.
Esta frase llena de contenido, cultura, tradición y respeto nos anima a valorar más todos los elementos de nuestro entorno, que de hecho configuran nuestras tradiciones y estilos de vida.
Sin ir más lejos, uno de estos elementos, es el olivo. Pacientemente y sin prisas, generación tras generación, con su tronco retorcido, ha sido el responsable de la exquisitez de muchos platos y de la salud de sus comensales.
La lucha para conservar los olivos centenarios de Oliete, además de tener una importante faceta social, se traduce también, en una contribución para el mantenimiento de la biodiversidad. Los olivos son una característica esencial del paisaje mediterráneo, además constituyen una garantía para preservar los estilos de vida saludables.
La dieta mediterránea en sí, es un modelo alimentario a seguir, y marca un estilo de vida que tiene como común denominador los productos de proximidad, la cocina tradicional y la sociabilidad. Por esta razón fue declarada, en el 2010, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Uno de los pilares que la sustenta es el aceite de oliva, rico en vitamina E, beta-carotenos y ácidos grasos monoinsaturados que le confieren propiedades cardiosaludables.
Este alimento, procedente de los olivares, además de ser el alimento estrella de la dieta mediterránea, ha perdurado a través de los siglos en los platos de nuestra cocina tradicional proporcionando sabores y aromas.
Seguro que a partir de ahora al cocinar nuestros sofritos, gazpachos, con un buen chorro de aceite de oliva pensaremos en estos olivos longevos, cuidados y apadrinados por los que amamos un mundo más sostenible.
Marga Serra Alías
